Fue por los años cuarenta cuando las aldeas de Beariz y Avión alcanzaron su mayor esplendor. Explotaciones familiares agropecuarias de diferente índole, unidas a la actividad de los cotos mineros de casiterita y wolframio, dieron a la zona una etapa de desarrollo y progreso, como jamás se había recordado. Las aldeas fueron transformando la imagen y sus pobladores gozaban de una boyante posición de tal índole que los famosos billetes de mil pesetas, conocidos como "billetes verdes", afloraban de los bolsillos, de mayores y jóvenes, cuando para otros apenas eran visibles.
La bonanza no sería duradera, pues a finales de la II Guerra Mundial las tornas se volvieron adversas, ya que las naciones en litigio como Alemania e Inglaterra, dejaron de abastecerse de wolframio, que se extraía en varias zonas productoras, siendo Beariz el lugar que se convirtió en el centro de operaciones de compra de este material bélico. Por lo cual, finalizada la contienda, la vida de estas aldeas sufrió un enorme colapso, dando al traste con el desarrollo que la comarca había experimentado. Las cinco fundiciones de casiterita ubicadas en las márgenes del río Beariz cesaron su actividad, y los lingotes de estaño dejaron de exportarse.
Pero estas gentes en las que siempre imperó el afán de superarse no se sintieron amilanadas y, en muy pocos años, la población de la aldeas, empezó a seguir los caminos de la emigración, cuyos países como Brasil o Venezuela y en su mayor parte México fueron los absorbentes de la gente joven de Beariz y Avión, y en muchos casos, de familias completas, dejaron viviendas cerradas por varios años.
Fue quizás el amor al terruño de estas personas el que ha devuelto el resurgimiento a sus aldeas. Casas que permanecieron cerradas cobraron de nuevo su vida y se construyeron edificaciones modernas. Una nueva idea se había iniciado para esta comarca, donde de pronto empezaron a rodar por carreteras de macadán y pistas de tierra, automóviles de marcas americanas, llamados popularmente "haigas" que arribaban al puerto de Vigo, a bordo del trasatlántico Marqués de Comillas y otros, procedentes de Veracruz, traídos por sus propietarios. Las estrechas corredoiras impedían acercar el automóvil al hogar, haciendo que se construyeran a la entrada de los poblados bloques de cocheras, habilitando corrales y cuadras, como garajes para los "carros" a motor, que desplazaron la carreta del país.
Pero con el correr de los años, esta bonanza fue causando lentamente el impacto de la decadencia de estas aldeas, aún cuando en la década de los años setenta automóviles de las más sofisticadas marcas, como Mercedes-Benz volvieron a convertirse en el símbolo de riqueza que afloraba en las aldeas de Avión, Beariz y otras, por la riadas de divisas que a diario se recibían procedentes de México. Sin embargo los jóvenes ya no retornaron al hogar paterno, sino que han tomado otros horizontes y nuevas iniciativas, que les encaminaron a situarse en las ciudades. Las inversiones se hicieron en México, o poblaciones importantes en su mayor parte. Y cuando se auguraba un futuro esperanzador para una comarca marcada por el signo de la emigración, ha resultado todo lo contrario. Las aldeas se han convertido en el "curruncho" de unos pocos viejos, que se sientan en el primer peldaño de la escalera, recibiendo el sol de la madrugada y la hogaza de pan que le suministra el panadero.
Los Mercedes, ya son pocos los que ocupan las corredoiras, como antes, solamente algún utilitario. Y lo que es peor, colegios de doscientos alumnos se han quedado en dos docenas. Los báculos con potentes luminarias, derrochando watios de energía, anulan la luz de la luna llena que ya no brilla en las aldeas, con la misma intensidad de cuanto tenían vida. Réquiem.