15/1/11

Beariz de pueblo a ranchito


Recuerdo en un viaje que he realizado a México, por la década de los ochenta, unos amigos me invitaron a conocer un rancho. De tarde iniciamos el viaje rumbo al exterior en el estado de Guanajuato, adentrándonos en la zona rural. Al tomar una pista de tierra el conductor se sintió extrañado porque la calzada ya no discurría por el mismo paraje de otras veces. Una fuerte riada había arrasado la zona y la vía de comunicación la habían trazado por otro recorrido que los nativos adoptaron a su antojo.

Unas viviendas de armadura de madera, rudimentarias, cubiertas de hojalata, donde personas y animales convivían en una comuna bienavenida era la estampa dominante del poblado y su entorno, con el excremento almacenado para el abonado de las tierras.
Aquella visita que para mí fuera una experiencia por su estampa, es posible contemplarla en este Beariz de los "millonarios" donde hoy en día las huellas de la pasada de animales por las calles es bastante frecuente, hasta el extremo de acudir los equinos a la plaza del Concello donde dejan sobre el pavimento impresa la huella mal oliente de su presencia cerca del Consistorio. Al lado del cierre de una huerta que bien puede compararse con la de aquel rancho mexicano que el indito me invitó a visitar, para mostrarme sus frijoles, cercado de enrejado viejo y unas redillas de plástico de deshecho.
Pero es que este Beariz ha trastocado su imagen y su idiosincrasia. Ya no se habla ni el castellano ni el gallego, porque si alguien te despide lo hace con un "ahorita nos vemos". No existe el olor del caldo gallego, porque si a usted le hablan de comidas, le invita a unas carnitas aderezadas con los chiles jalapeños. ¡Y de beber, mejor un pulque o un cubata y no un vino del ribeiro!
Si se habla de negocios allende los mares, que el motel de fulanito funciona de maravilla, cada día hace tantos "cuartos" (aquí habitaciones), porque eso de la prostitución para los de allá es un negocio limpio y lícito, para los de acá no tanto; pero mientras los moteles moltunes pesos, como el molino de mi abuelo molturaba grano, se construirán chalés, lo demás no importe. Y si para las fiestas no existe comisión, da lo mismo porque ellos se encargan de todo, aunque la crisis ya empiece a hacer mella y este año no haya sido tan boyante como los anteriores.
Total, que a este pueblo ya no lo conoce ni "la madre que lo parió" porque, al paso que vamos, se está transformando en un "ranchito" y casi todos los pobladores serán mexicanos y los animales rondarán sueltos, como está ocurriendo con esas manadas que frecuentemente deambulan hasta por la calle principal, que desde hace poco han querido transformarla en una especie de angosto boulevard. A no ser que esos foráneos de conveniencia vayan engrosando el censo y los gobernantes le cambien algún día su imagen.
Y para comprobarlo acudan ustedes a cualquier lugar de concurrencia, donde los nativos ya casi brillan por su ausencia, como le ha ocurrido a aquel mexicano que creyéndose extranjero en Beariz lo que hizo fue convivir unas horas con los "suyos" en el bar, puesto que del pueblo solamente se hallaba el propietario. Y si es preciso aplicar una despedida despectiva, ya no te mandan al "carallo" sino que te mandan a la "chingada" tan generalizada e importada de México. Al final que a este Beariz, con apenas cincuenta habitantes, sólo le queda pasar de pueblo a ranchito. ¡Vaya cómo lo han puesto!